La leyenda de Lilith

Un amuleto para recuperar nuestra voz y reivindicar nuestro valor

En nuestra mente vive perfectamente grabada la imagen de Eva, la primera mujer, la sumisa, la de belleza naíf, la que fue lo suficientemente estúpida como para hacer caso a una serpiente que hablaba.

Sin embargo, pocas imágenes tenemos de la que, considerando religiones anteriores a la cristiana, como el judaísmo o el paganismo mesopotámico, realmente estaba aceptada en el imaginario colectivo como la primera mujer: Lilith.

Un ser asociado a la noche y a los demonios que no tiene mención en la Biblia cristiana. Una mujer de extraordinaria fuerza, belleza y presencia, aquella que Dios creó para que Adán no tuviese que sentirse celoso del resto de parejas que, junto a él, habitaban el Edén. Así respondió el Dios primigenio a las plegarias del hombre, insuflando vida a una versión femenina de sí mismo, de igual manera que creó al primer hombre, creó a la primera mujer.

Cuando Dios le presentó a Adán a la que iba a ser su compañera, ésta no se quedó contenta con lo que vio y cada vez que él tenía una exigencia de cualquier índole, ella le rechazaba en la medida que podía, algo que no gustaba nada al primer hombre. Hasta que, un día, ya cansada de tener que ser la esclava sexual de Adán, Lilith decidió abandonar el Paraíso pronunciando el nombre mágico de Dios, un paraíso que, para ella, no era tal.

A partir de ahí, Lilith se unió a Satanás, algo tenía que no poseía Adán, y como con él, con otros muchos demonios más, creando la leyenda de que, a raíz de estas uniones, ella misma se transformó en demonio. Dios intentó hacer volver a su primogénita, pero ella se negó a volver a aquel lugar del que había logrado salir, por lo que la castigó haciendo que cada día muriesen cien de sus hijos.

“Lilith labró su propio estigma por decidir ser libre, por querer, naturalmente, ser igual al hombre, por querer abandonar un paraíso que para ella se parecía más al infierno en la tierra”.

Fue despojada de sus derechos por negarse a cumplir los absurdos deseos sexuales, que ella tanto aborrecía, por parte de su compañero. Si se piensa en profundidad, entonces, si ella accedió a mantener relaciones sexuales con Satanás y otros demonios, éstas debían basarse en el respeto mutuo, curioso que esa característica no existiese en el paraíso. 

Pero, ¿acaso esperaban algo diferente de lo que ocurrió? Si tomamos una figura masculina como eje de la creación, en el momento en el que origina una versión femenina, se convierten en iguales. Y, aún así, parece que la versión femenina de dios se pareciese más a la idea que tenemos de él que la masculina: una personalidad fuerte e irreverente. Sin embargo, el error lo cometió su propio padre al intentar encadenarla, dejándose llevar por los caprichos de su versión masculina, tratando de controlar una fuerza que, al igual que él, es simplemente incontrolable.

Así nació nuestra pieza Lilith, como un símbolo de libertad, un amuleto para recuperar nuestra voz y reivindicar nuestro valor. 

"Lilith nos enseñó a abrazar nuestra oscuridad y nuestra luz por igual, a ser más fuertes y a saber decir que no, nos hizo ver que nuestro fuego no es para ellos, es para nosotras".

By Carolina Feijóo